Veo tus ojos y me reconozco a través de ti
- Blog historia animal
- 12 dic 2024
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 29 ago

Veo tus ojos y me reconozco a través de ti, escucho las diferentes tonalidades que salen de tu garganta, de tus emociones y sensaciones. ¡Eres aún tan pequeño! Poco más de un año de vida, en que has compartido tu alegría, tu aburrimiento, tu ansiedad, tu exceso de energía, tus ganas de jugar todo el día.
Hubo otra antes de ti, físicamente parecidos, pero ¡tan diferentes en sus expresiones, sus juegos, sus formas de compartir emociones!
Ambos disfrutaban los paseos en coche, las caminatas, las carreras persiguiendo algún juguete. Ambos compartieron su relación con otro tan diferente, pero tan solidario con ustedes; uno que llegó tan pequeño que todos dudaron que sobreviviera.
En un principio, siempre hay un principio, llegó Monina con una coquetería que nos sedujo de inmediato, esas miradas tan expresivas y a la vez tan serenas. ¿Cómo puedo expresar esas formas tan particulares de comunicarse con nosotros? Recuerdo aquel “regaño” con el que nos recibiste aquella vez que dejamos la puerta de la casa abierta; asomaste tu cabeza, ladraste de una forma desconocida, impidiendo el paso. Temerosos pensamos que algo había pasado, hasta que, de alguna manera, dejaste claro que todo estaba bien, que habías hecho tu trabajo protector.
Nanao cayó de un ruinoso techo de lámina, tan pequeño que aún no sabía maullar, ni comer solo… sobreviviste y poco a poco fuiste aceptado por Monina, volviéndose compañeros de juego y jocosa compañía para nosotros. Te bañaba frecuentemente, cantándote una canción infantil: ¡agua limpia y transparente, de la pila, pozo o fuente! ¡agua, agua! De pronto, empezaste a hacer un sonido, entre maullido, lamento y acompañamiento, un sonido claramente entendible: ¡aaagguaa, aaagguaa! Lo repetías sin cesar mientras duraba el baño. No, no era mi imaginación, era un sonido claro y entendible, pedías también agua fresca en el lavabo, no te gusta tomar agua en un traste, debe ser agua corriente, de ahí la pequeña fuente que llegó a casa tiempo después. Salvo esos acuáticos maullidos y los ronroneos, pocos son los sonidos que salen de tu garganta, tal vez no supimos enseñarte el lenguaje maullante.
Monina y Nanao correteaban juntos, jugaron hasta que llegó la primera y única camada de cachorros que irrumpieron a media noche, bajo la mirada atenta del gato y de toda la familia. La casa se llenó de ladridos, carreras y de una cansada Monina, que a la primera oportunidad, se escapaba de los cachorros, quienes quedaban bajo el cuidado de Nanao, quien los sacaba de las macetas, de los peligros y, como dicen por acá, “los pastoreaba”. La camada se fue haciendo pequeña, hasta que los dos peludillos quedaron nuevamente solos, haciéndose compañía, haciéndonos compañía; siempre solidarios en la espera de nuestro regreso, echados juntos en la puerta de la casa. Muchos años pasaron, hasta que, durante un paseo, súbitamente Monina se desmayó… no había mucho que hacer, más que seguir dándole sus disfrutables paseos en coche, pues su corazón no resistía las caminatas que, aun así, pedía. Nanao la acompañó hasta el último momento, a nuestro lado, en un atento silencio y sentir compartido.
No, no queríamos un nuevo cachorro, nos acostumbramos a sólo compartir espacio con Nanao, hasta que, sin planearlo, llegó Maple, ese cachorro que me hace reconocerme en su mirada amorosa, en esos grandes ojos que me miran fijamente, con esos ladridos con tantas variaciones como jamás había escuchado, esa alegría de vivir que contagia, esas carreras, la algarabía, ese recibirnos con uno de sus muñecos favoritos, sobre los que coloca su cabeza para dormir…
Nanao, gato al fin, lo mira desde su comodidad de gato, pero también como abuelo añoso, lleno de paciencia, juega con él, lo acompaña en sus juegos, en sus esperas, aunque ya no tanto en sus carreras pues su edad ha hecho estragos y cojea. Pero está ahí, siempre cerca, observante.
Una firme impresión de que juntos se moldearon, pero también nos moldearon en una especie de coevolución, en donde construimos nuestros propios metalenguajes con estos mamíferos no-humanos.
Aclaremos algo, siempre pensé en los perros y los gatos como mascotas, adorables, queribles, pero mascotas al fin de cuentas. A lo largo de mi vida, he tenido mascotas de diferentes especies, no solo mamíferos, y solo eran eso, “mascotas” a las cuales había que cuidar. Me parecía tan chocante esa especie de dependencia casi simbiótica que se muestra en tantos comerciales, en redes sociales, en parques donde los no-humanos pasean con su humano, quien los cuida y mima “tal vez para cubrir una desgarrada incompletud”. Como parte de un producto al que podemos lucir, como una “nueva corriente cultural” producto del consumo en el que estamos envueltos; inmersos en un mercado que nos hace comprar vestidos, calcetines, zapatos, sombreros… ¡hasta postres veganos especiales para mascotas!
Sí, sigo pensando más o menos igual, pero algo ha cambiado en mi forma de ver a los no-humanos (animales, pero también plantas, todos los seres vivos de este planeta que habitamos), que parte del conocer una forma diferente de ver e interpretar la historia compartida, solidaria, en donde la exclusión no cabe.
Llega a mis manos un libro de Kordero Jiménez, “Boca de Animal Ko´pän aknaka. Cuentos y fábulas para reír contando", lo leo y encuentro el cuento “El principio de la vida animal”, y algo resuena al leer este último fragmento:
Pero hay quienes dicen que los animales aún hablan
que aún tienen su asamblea en el bosque,
pero nadie sabe,
pero nadie oye,
lo que dicen,
lo que piensan,
lo que sienten,
lo que callan
los animales del bosque,
los animales salvajes,
los animales de casa.
Y el astuto animal que se apartó de los otros animales
sale de caza cuando de hambre se trata
pues aún tiene boca de animal. (Kordero, 2022, p. 16)
No puedo dejar de mirar a mis mascotas y maravillarme de lo que veo, de lo que me hacen sentir, pensar y hacer, ¡creo que he aprendido a ladrar y maullar para decirles algo! No sé qué les digo, pero me responden. No sé si interpreto bien lo que ellos quieren decir, pero hay un entendimiento, una solidaridad, un acompañamiento. Pienso en la teoría de la evolución y ¡claro!, tanto tiempo de convivencia entre estos no-humanos y humanos, debe haber provocado un proceso coevolutivo, de comunicación, de entendimiento mutuo. Tal vez sea una locura, pero quiero pensar que, si nos ponemos atentos, podemos escuchar lo que dicen, lo que piensan, lo que sienten esos animales que aún hablan.
Ashley Montago dice que el hombre es un animal salvaje que, en las sociedades civilizadas, se ha domesticado a sí mismo. Tal vez en este proceso, la domesticación haya sido mutua. ¿Podremos en algún momento dialogar con los otros, lo otro, los humanos y los no-humanos, para entonces describir el mundo desde esos otros ojos que nos miran y nos dan existencia?
Bibliografía:
Kordero Jiménez, José Trinidad (2022). Boca de Animal Ko´pän aknaka. Cuentos y fábulas para reír contando. Instituto Nacional de Pueblos Indígenas. https://www.gob.mx/cms/uploads/attachment/file/825875/Libro-Boca-de-animal-Cuentos-y-fabulas-para-reir-contando-zoque-INPI.pdf
Bibliografía sugerida:
Morton, Timothy (2019). Humanidad: solidaridad con los no-humanos. Adriana Hidalgo Editora.
Ana Laura Aranda Chávez, Laboratorio-Taller de Procesos Bioculturales, Educación y Sustentabilidad, Instituto de Ciencias Biológicas, Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas.
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