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Bosquejo para una historia animal desigual, entre Europa y América Latina

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    Blog historia animal
  • 20 sept
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 20 sept


Fotografía de Subtle Cinematics en Unsplash, 2020
Fotografía de Subtle Cinematics en Unsplash, 2020


El estudio de la historia de la humanidad es, en cierta medida, el estudio de otros protagonistas, como los animales. Así, este escrito busca acercar al lector a una perspectiva animal de la historia, explorando cómo, junto a otras especies, el ser humano ha logrado avanzar. Esta mirada permite descubrir una historia que ha permanecido oculta o ignorada por muchos. 


“Animal”, es una palabra utilizada en singular, como si todos los animales, desde la lombriz hasta el chimpancé, constituyesen un conjunto homogéneo al que se opondría, radicalmente, el “hombre” (Derrida, 2008, p. 10). Sin embargo, el ser humano no ha sido el único protagonista de la historia; la narrativa de superioridad de especie ha eclipsado la influencia fundamental de los animales en el desarrollo de lo humano. De manera que una visión animal de la historia revela una cara oculta detrás del mito del dominio humano: una civilización que ha requerido constantemente del apoyo de otras especies para erigirse. La carrera civilizatoria es, en gran medida, deudora de la cooperación involuntaria de los animales, sin cuya ayuda el desarrollo humano no habría sido posible. 


“Y los bendijo Dios, diciéndoles: Procread y multiplicaos, y henchid la tierra; sometedla y dominad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre los ganados y sobre todo cuanto vive y se mueve sobre la tierra” (Petisco y Torres, 1968, Genesis 2:7). Este extracto, destaca la dignidad humana y la aparente misión de domesticar a los animales. Las evidencias de que disponemos muestran a hombres cazadores y recolectores errantes como las primeras formas de organización de nuestra especie. En lo que hoy se conoce como Oriente Medio, la vida parecía girar en torno a estas actividades, donde la caza era un método poco efectivo y la recolección constituía la principal fuente de alimento. No obstante, cuando la población aumentó, la recolección dejó de ser suficiente. Así, la interacción del ser humano y animales cobró una relevancia crucial, iniciando un proceso de domesticación de la fauna que resultó fundamental para lo que posteriormente se conocería como civilización.


En la historia, el ser humano ha logrado domesticar solo un pequeño número de especies en comparación con la vasta diversidad del mundo animal, aunque suficientes para impulsar el desarrollo que ha necesitado. Factores como las estaciones del año favorecieron el florecimiento de la agricultura y la cría de animales, lo que permitió a estas sociedades dedicarse a la reflexión, a la construcción y a inventar, alcanzando así un alto nivel tecnológico.


Antes de la era industrial, cuando surgieron las máquinas de combustión y la comunicación por señales eléctricas, las fuerzas productivas más importantes dependían de los animales. Estos proporcionaban energía y nutrientes en una época en la que el acceso a proteínas de otro tipo era limitado. Además, los animales ofrecían otras ventajas productivas, por ejemplo: ovejas y gusanos de seda para la fabricación de tejidos; cabras y vacas para la obtención de leche y cuero; caballos, burros y bueyes para el transporte, el arado y la molienda de grano.


Como se ha expuesto, una de las principales diferencias entre civilizaciones estaba determinada por la disponibilidad de animales capaces de ser domesticados. En Eurasia se contaba con ovejas, cabras, cerdos, gusanos de seda, vacas, burros, camellos, gallinas, búfalos, palomas, gansos y patos. En América, en cambio, la disponibilidad era más limitada pues respondía a otro orden de necesidades,  se contaba con guajolotes en el norte y llamas en el sur. Con la llegada de los europeos en el siglo XVI, cultivos y animales fueron transportados al “Nuevo Mundo”, lo que facilitó la invasión y conquista. El desarrollo histórico que experimentó el norte de América fue posible como resultado de la agricultura y los animales que lograron adaptarse a esas nuevas tierras. Sin embargo, esta asimetría no solo respondía a la disponibilidad de recursos, sino también a diferentes formas de conocimiento y de relacionarse con los animales. Como lo expresa muy bien el poeta del Valle de Sibundoy: “A quién llaman analfabetas/ ¿a los que no saben leer/ los libros o la naturaleza” (Jamioy, 2010, p.179).


La domesticación es un proceso fundamental en la historia humana. Se trata de una relación sostenida multigeneracional en la que una especie es sometida a control reproductivo con el fin de obtener recursos. Domesticar no es lo mismo que domar, pues cuando se doma a un animal, se le enseña a un solo individuo de la especie a convivir con humanos, no hay con ello un cambio a largo plazo ya que no se puede reproducir. En suma, no se integra como fuerzas productivas.


Para que un animal sea domesticable e integrado en la agricultura, debe poseer una serie de características como un temperamento dócil, ya que la ausencia de nerviosismo les permite convivir con otros sin lastimarse y en rebaño. En contraste, los animales grandes y violentos son difíciles de domesticar. Otra cualidad que potencia la domesticación es un crecimiento rápido, pues esto facilita la separación temprana de la madre y su reproducción eficiente; de igual modo, es esencial que puedan reproducirse en cautiverio, además de ser sociales y no territoriales. Finalmente, se requiere que el animal pueda desarrollarse con una alimentación sencilla basada en pastos o plantas, lo que descarta a los carnívoros como opción viable.


En Eurasia se domesticaron más especies que en América, no porque sus habitantes fueran mejores domesticadores, sino en gran medida porque había más especies aptas para la domesticación. La conexión geográfica entre Europa y Asía amplió el territorio y, con ello, la variedad de animales disponibles. Esto permitió que la ampliación y especialización de la agricultura, tuviera más opciones para integrar animales en sus procesos productivos, tanto para la alimentación como para el trabajo agrícola y la caza.  


Las diferencias entre Europa y América no solo radicaban en la disponibilidad de especies potencialmente domesticables, sino también en factores geográficos y culturales. La cordillera de Andes, por ejemplo, dificultó el intercambio cultural, mientras que los europeos pudieron compartir avances tecnológicos con mayor facilidad. Además, la interacción prolongada con animales domesticados generó en los europeos una resistencia genética a diversas enfermedades, algo de lo que los pueblos americanos carecían pues no existían las condiciones para el contacto con animales hacinados que, a través de procesos zoonóticos, provocaran adaptaciones inmunológicas similares.  Frente a esta historia, Quintín Lame (2004, p.144) afirma que “porque ni las cosas pasadas, pasan, ni las futuras sucederán”. 


De esta perspectiva, tanto en Europa como en América, la historia de la humanidad ha estado intrínsecamente ligada a otras especies. Los humanos han necesitado de los animales para impulsar su desarrollo, su organización social y su economía. Sin embargo, estas otras especies, han quedado relegadas en los relatos históricos, sin reconocimiento alguno por su papel en la civilización. Es imperativo reflexionar sobre cómo han contribuido y qué se está retribuyendo a las especies no humanas y al entorno en el que coexistimos. Como expresa Lame (2004, p. 148) con relación a la sabiduría de la selva: “la naturaleza humana me ha educado como educó a las aves del bosque solitario que ahí entonan sus melodiosos cantos y se preparan para construir sabiamente sus casuchitas sin maestro”. La vida es una oportunidad para un nuevo ser-estar en el mundo y, por tanto, se abre a la posibilidad de que las relaciones entre los animales y los hombres tengan una nueva forma, porque de este modo, el hombre mismo se reconciliará con su naturaleza animal (Agamben, 2007, p.12).


Bibliografía:


Agamben, Giorgio (2007). Lo abierto. Adriana Hidalgo Editora.


Derrida, Jaques. (2008). El animal que estoy si(gui)endo. Editorial Trotta.


Petisco, José Miguel y Torres Amat, Félix (1968). La Sagrada Biblia. Traducida de la vulgata latina teniendo a la vista los textos originales. Libreria Sanz.


Jamioy, Hugo (2010). Danzantes del viento. Ministerio de cultura. Biblioteca básica de los pueblos indígenas de Colombia.


Quintín Lame, Manuel Chantre (2004). Los pensamientos del indio que se educó dentro de las selvas colombianas. Editorial Universidad del Cauca.



Juan Camilo Mafla Pantoja, Maestrante en Estudios Latinoamericanos, Centro de Estudios e Investigaciones Latinoamericanas, Universidad de Nariño.


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