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Consumo animal

  • Foto del escritor: Blog historia animal
    Blog historia animal
  • 24 jul
  • 3 Min. de lectura

Diseñado por Macrovector en Freepik
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¿Por qué en casa se consume carne? Probablemente la mayoría de respuestas sean parecidas a: “Porque mis progenitores me alimentaron con ella desde que recuerdo”. Pero, ¿qué tan seguro es alimentarse con carne? ¿todos los alimentos de origen animal que se ingieren son seguros? ¿qué tipo de pruebas sanitarias son necesarias para descartar enfermedades? ¿hemos dimensionado todo lo que tiene que suceder para tener unos gramos de tejido animal en el plato? Estas son algunas de las preguntas que se ocultan detrás de la industria alimenticia en todo el mundo, y son formuladas bajo la incertidumbre social por saber qué es exactamente lo que ingresamos a nuestros sistemas corporales. 


Desde la infancia, crecemos rodeados de puestos en mercados locales con todo tipo de cárnicos: preparados, embutidos o crudos. De este modo, normalizamos que la carne existe para el consumo en distintas presentaciones y solo nos cuestionamos esto hasta que adquirimos cierta conciencia respecto al origen y procesamiento de la carne para alimento. 


Para mí existía una categorización a partir de la visualización particular de la carne (estéticamente hablando): carne lista para comer, cuya preparación desconocía, pero que bajo la premura de ser comprada cuando necesitaba alimentos me parecía la menos grotesca; carne en crudo, que predominaba por las tonalidades rojas y que me hizo dejar de percibir dramática a la sangre (u olvidar que esa sangre pertenecía a alguien); y finalmente la carne “desperdicio”, las vísceras de los animales que, por su olor, color y escasa popularidad, me parecía la peor presentación de carne.


Si bien es claro que la supervivencia al inicio de la era humana puede justificar la búsqueda de recursos y aprovechamiento de cada centímetro de la superficie corporal de animales cuyo propósito no era exclusivamente alimenticio, la situación es distinta en pleno siglo XXI. Aún así, persiste la imagen de la carne en la vida diaria como “proteína”, “plato fuerte” e inclusive en la religión como “el cordero de Dios” (una analogía entre el cuerpo de Jesucristo y la alimentación). 


Ahora bien, al darse a conocer en las últimas décadas datos sobre la complicidad entre el área industrial, farmacéutica o manufacturera detrás de cada animal vendido por partes, la percepción de “carne” ha comenzado a distorsionarse y a relacionarse más con la noción humana de “cuerpo”. Esto incomoda y da paso a que la carne sea cuestionada como una necesidad. 


A pesar de ello y de las evidencias explícitas de las enfermedades y peligros que representa el consumo de animales (Barreda, 2007), las legislaciones que regulan la higiene y sanidad del consumo animal no han sido suficientes para evitar epidemias y pandemias de origen zoonótico como la influenza H1N, “gripe porcina”  acontecida en 2009, o más recientemente en 2019 con el virus SARS CoV-2. La ingesta de cárnicos coloca a México en el octavo sitio de consumo mundial (Fideicomisos Instituidos en Relación con la Agricultura [FIRA], 2024), haciendo evidente el fuerte impacto de la carne y sus implicaciones para la salud cada día.


Bibliografía:


Barreda, Andrés (2007). Crisis actual en la forma capitalista de consumir carnes y demás alimentos de origen animal. En J. Veraza  (Coord), Los peligros de comer carne en el capitalismo (pp. 83-114). Editorial Itaca.


Fideicomisos Instituidos en Relación con la Agricultura (2024). Panorama agroalimentario 2024: carne de cerdo, FIRA.https://www.fira.gob.mx/InfEspDtoXML/abrirArchivo.jsp?abreArc=123835 



Ximena Romero Peña, estudiante de la Licenciatura en Estudios Latinoamericanos, Universidad Nacional Autónoma de México. 


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