Carta del presidente municipal al Presidente de la República, con motivo de la situación en la ciudad- establo
- Blog historia animal
- 4 ago
- 5 Min. de lectura

Presidente de la República.
En favor de la búsqueda de su apoyo con la situación que hoy acontece en nuestro querido municipio, me dirijo a usted a manera de exponerle el problema que se originó hace unos meses en la región. Le escribo en respuesta también a la carta que envió hace unos días a mis secretarios; desafortunadamente la situación los ha alejado de sus funciones y por el momento soy el único representante del Estado que hay en el municipio. Los motivos tienen que ver con lo que expondré a continuación.
Me enteré, a través de las notas negras y rojas que realizan los respetadísimos becarios en el periodismo de esta delegación, sobre la situación del sujeto Manuel Martínez. De su colonia se escucharon numerosísimas quejas: estaba presente un sonido nocturno intenso, del que la mayoría concluyó que se trataba de un fuerte relincho. A veces lo confundían con el sonido de una mula o con una tos de perro, pero al final de cuentas era un relincho. “Fuertísimo”, nos dijeron, señor Presidente. Y archivamos el problema como vecinal. La policía municipal fue hacia el domicilio de los Martínez, y descubrieron que aquél no albergaba ningún caballo o similar. Pero mis policías lo vieron. Los relinchos venían del propio señor Manuel, quien parecía desesperado por dejar de emitir aquellos sonidos. La situación me fue notificada tarde, claro, y por eso yo me tardé tanto en responder. Ante ello mis secretarios y yo le escribimos la carta a la familia Martínez que le presento a continuación.
Es de nuestro conocimiento, como el de casi todo el municipio, la condición en la que se encuentra actualmente. Es extraordinaria, evidentemente, hasta para nuestras capacidades. Desconocemos de qué se trata, pero tomando en cuenta las herramientas que tenemos y haciendo una rigurosa observación de su caso, hemos concluido que la ciudad no cuenta con las condiciones óptimas para darle el bienestar básico. El presidente se mantiene fiel a su palabra de proteger los derechos de los seres vivientes que habiten dentro del municipio, y por eso consideramos su estancia en un lugar tan concurrido como el espacio urbano de nuestra delegación como una violación altísima a sus derechos. Tenemos un equipo muy bien preparado de veterinarios que nos informan que su malestar es directamente proporcional a la frecuencia con la que relincha. Este mismo equipo será el encargado de realizar su traslado al campo de manera cómoda y segura.
Sostengo, por mi equipo y por mí, que la decisión expresada en la carta anterior es el resultado de lo que fueron nuestros mejores esfuerzos. Considero que no había mejor respuesta por parte del Estado ante esta extraordinaria situación. El señor Martínez apenas respondía a mi equipo con palabras; trató de maldecirlos y se me escribió que estaba encabronado, que casi no podían agarrarlo. La verdad, le mentiría si le dijera que recuerdo eso último, no sé si leí “encabronado” o “encabritado”. En fin, nos adelantamos a lo que decidiese y, efectivamente, lo trasladamos hacia uno de los establos que albergan caballos, ubicado afuera de la mancha urbana. El dueño del establo nos dijo que ahí los caballos vivían muy bien, y por ello consideramos nuestra decisión como la más óptima.
Pues bien, fue óptima por un tiempo. Resultó que el hombre-caballo tenía algunas nociones como producto de una carrera trunca de derecho. A los jueces del senado les llegó una carta. A través de ella, el señor Martínez pedía en el establo el traslado de su esposa. Se descartó la petición en una primera instancia porque pensaron que aquello no tenía mérito más que en lo emocional. Pero Manuel Martínez argumentó el motivo de pedir la presencia de su esposa; sucede que durante su estancia en el establo, “había tenido el honor de asistir al parto de la única yegua. Y aquél parto le había recordado a su cónyuge por los siguientes motivos: los gritos eran iguales, los ojos se salían de la misma manera de las órbitas y los dientes castañeaban insoportablemente”. Esta fue la manera del señor Martínez de exponer los motivos por los que él consideraba que la esposa sufría su misma condición. No pudimos hacer nada ante tan estricto argumento. Le enviamos a la esposa, puesto que también fue de nuestra consternación que el establo albergara una sola hembra. El dueño ya ha sido destituido por este mismo motivo.
Sin embargo, esto no detuvo la jurisdicción del señor Martínez. Volvió a escribir otra carta para el Senado. Dentro de ella, explicaba ahora que ya había visto un par de veces a su vecino, Tadeo Paniagua, orinar en la puerta de su casa. El señor Martínez argumentó que en realidad el señor Paniagua no tenía motivo alguno para realizar semejante atrocidad. Pero que para él no era una atrocidad. Así como sus repentinos relinchos, el señor Paniagua se conducía por un deseo innato por orinar la casa del otro. Nos dijo que, en razón de que al establo le faltaba un perro guardián, no pensaba en un mejor candidato que el señor Paniagua. Entonces se realizó también el traslado de la familia Paniagua.
Y pensará, señor Presidente, que esto por fin le daría a cada quien su lugar. Pues no. Las cartas del señor Martínez se hicieron más numerosas. Las declaraciones fueron ahora contra los periodistas. El señor Manuel Martínez hizo equivaler su aparición en los momentos de desorden con el que tienen las aves cuando les avientan pan. Solidificó su argumento impetuosamente: nos mandó las respuestas de las personas a la presencia periodística. Nos dijo que “por algo les dicen buitres”. Y no tuvimos remedio más que construir un aviario. Mi partido, como usted sabrá, es muy estricto con el orden de las cosas, y al igual que yo, creemos que hay un lugar para cada quien. Pues bien, el aviario fue solo el inicio. Se volvió a redactar una carta, pero ahora para el Senado. Martínez nos dijo que las actitudes de sus participantes terminaban siempre en agravio; algo que él ve todos los días cuando los gallos se pelean. Nos dijo que, una pelea mal dirigida por gallos gigantes podía hacer un daño al resto de la ciudad, como lo hacen los gallos convencionales en el gallinero. Pues bien, ahora el Senado es un gallinero grande, en el que algunos duermen y otros pelean.
Tuvimos que adaptar la ciudad. El establo ya no era suficiente para albergar tantos animales. Yo no soy científico, señor Presidente, ni veterinario, nunca dije que fuesen mis facultades, pero estoy comenzando a concluir que la condición del señor Martínez fue una enfermedad contagiosa. Ahora vemos que en esta ciudad solo hay animales. Pero parecemos todos humanos: hemos tenido que analizar exactamente cuál animal es cada uno. Ha sido una tarea terrible y agobiante. Como presidente municipal, he hecho todo por respetar la vida de cada ser viviente dentro de mi delegación, y consideraría ahora la ciudad como un establo exitoso. Pero yo no sé cómo dirigirlo. Soy presidente municipal, no granjero. Y en cuánto a mis secretarios, pues ahora cada quien realiza una función distinta. El último ha tenido que aprender a comer pasto.
De esta manera, doy por declarada mi renuncia hasta que me den una ciudad de verdad, con personas de verdad.
Con mucha pena, el ex presidente municipal.
Natalia López Gutiérrez, estudiante de la licenciatura en Estudios Latinoamericanos, Universidad Nacional Autónoma de México.
Comentarios